La golpeó delante de todos en la boda… Pero su respuesta fue tan poderosa que el novio cayó de rodillas.

Exactamente el 30 de julio, un año después. Katia regresó a la misma habitación. No con un vestido blanco. Ni con un anillo. Ni con su prometido. Sino con una sonrisa, con amigos, con un nuevo hombre llamado Igor: tranquilo, amable, genuino.

Los primeros meses después de esa noche fueron los más duros. El dolor físico pasó rápidamente. Pero el dolor en su alma era más profundo que cualquier golpe. Katia no se avergonzaba de Antón. Se avergonzaba de sí misma. De haber ignorado las señales de alerta: sus arrebatos, las humillaciones, las “bromas” que le dolían el corazón. Recordó cómo lo justificaba: “Solo estaba cansado”, “Me quiere”, “Fue algo excepcional”. Ahora entendía: eso no era amor. Era control. Era el camino a la destrucción. Los mejores regalos para tus seres queridos.

Cambió de número. Se mudó a otro barrio. Encontró una psicóloga, una mujer de mirada cálida y voz firme, que le enseñó a decir: “Tengo derecho”. Y entonces, lo más difícil, se lo contó a sus padres.

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