La madrastra le echó leche a la niña… Entonces el millonario gritó: “¡BASTA!”

“Richard… llegaste temprano… yo solo…”

Pero ya no escuchaba. Sus ojos se clavaron en Emily, temblorosa y silenciosa, abrazada a su hermano. Sus ojos reflejaban miedo, pero tras él, una frágil chispa de esperanza.

Richard se arrodilló, abrazando a Alex con un brazo y a Emily con el otro. Sintió su diminuta figura aferrándose a él con desesperación, sus sollozos empapando su chaqueta. Le ardía la garganta. Había ignorado las señales, demasiado cegado por el encanto y la ambición de Vanessa.

Nunca más.

Sus palabras fueron bajas, frías, inflexibles:

“Vanessa. Empaca tus cosas. Te vas de esta casa esta noche”.

Los días siguientes fueron pesados, lentos. Emily rara vez se separaba de su padre, aterrorizada por la posibilidad de que él también desapareciera. Por la noche, se despertaba sobresaltada, abrazando a Alex y susurrando:

“No dejes que vuelva, papá”.

Cada vez, Richard los abrazaba y respondía con voz entrecortada:

 

 

 

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