La noche de bodas tuve que cederle mi cama a mi suegra porque estaba “borracha”; a la mañana siguiente encontré algo pegado a la sábana que me dejó sin palabras.

Asentí y llevé las almohadas al sofá de abajo.

Pero al irme, vislumbré la mirada de Margaret en su hijo; no la de una madre borracha, sino algo más: posesividad y miedo a perder el control.

A la mañana siguiente, volví a la habitación para llamar a Ethan a desayunar.

La puerta estaba entreabierta.

Empujé con cuidado…

La habitación estaba vacía.

Las sábanas estaban arrugadas, el olor a perfume era intenso, y en la mesita de noche había una vieja fotografía: una foto de Ethan a los ocho años, sentado en el regazo de su madre, con su padre de pie detrás de él, pero con la mitad de la cara amputada.

Cogí la foto. En el reverso había una nota escrita a mano:

“No necesitamos a nadie más”.

En ese momento, Margaret apareció en la puerta, con una sonrisa amable pero una mirada fría:

“Buenos días, cariño. ¿Dormiste bien en el sofá?”

Sonreí con torpeza, pero el corazón me latía con fuerza.

A la luz de la mañana, no parecía borracha en absoluto; estaba completamente sobria, casi… observando mi reacción.

En los días siguientes, me di cuenta de que algo andaba mal.

Margaret siempre estaba al lado de su hijo, en todas partes, a toda hora.

Mientras preparaba el desayuno, ella lo probó primero. Al tocar la mano de mi esposo, me interrumpió con alguna excusa absurda.

Todas las noches, llamaba a nuestra puerta con el pretexto de “darnos las buenas noches”.

Sin embargo, sus ojos no estaban puestos en mí, sino en Ethan, con una mirada que era a la vez dulce y poderosa.

“Mi hijo siempre me ha necesitado”, dijo una vez cuando estábamos solos.

 

 

⏬ Continua en la siguiente pagina ⏬

Leave a Comment