Le di mis últimos 3 dólares a un desconocido en una gasolinera y me desperté siendo dueño de un imperio empresarial.
Tarde en la noche, recibí llamadas anónimas: solo una respiración agitada y un susurro: «No te lo mereces».
La pesadilla
Una noche, volví a casa después de una reunión con Daniel y me encontré con el silencio.
Mis hijos se habían ido.
Sus pertenencias estaban desperdigadas: la mochila de Jace, los zapatos de baile de Lily, el elefante de peluche de Noah, pero no estaban por ningún lado.
Sonó el teléfono. Me temblaban las manos al contestar.
«¿Quieres que vuelvan Jace, Lily y Noah?», siseó la fría voz de Preston. «Nos vemos mañana en el almacén de Industrial Drive. Trae la escritura. Ven solo».
Casi me desplomo. Mi mundo estaba secuestrado.
Llamé a Daniel, quien mantuvo la calma. Me dijo que la llamada había sido rastreada: el FBI llevaba meses investigando a Preston.
“Recuperaremos a tus hijos”, dijo Daniel con firmeza. “Pero debes seguir nuestro plan al pie de la letra”.
Al día siguiente, entré en el almacén con la escritura. Preston me esperaba con dos hombres corpulentos.
“Déjalos ir”, supliqué. “Llévatelo todo, pero no les hagas daño”.
Preston se burló. “Por fin, el mendigo sabe cuál es su lugar”.
Le arrebató la escritura y firmó los documentos ocultos de Daniel sin mirar; documentos que incluían su confesión.
Corrí al sótano y encontré a mis hijos acurrucados. Estaban asustados, pero a salvo. Jace susurró: “Sabía que vendrías, papá”. Los abracé con más fuerza que nunca.
Segundos después, irrumpieron los agentes del FBI. Se desató el caos mientras Preston gritaba amenazas, pero todo había terminado.
La verdadera herencia
Preston fue acusado de delitos graves. Pero mientras se desarrollaba la investigación, los activos de la empresa fueron congelados. De la noche a la mañana, la mansión y el imperio se desvanecieron.
Pensé que todo había desaparecido, hasta que Daniel regresó con un sobre.
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