Inicia el proceso vertiendo el litro de leche entera en una cacerola grande. Opta por una cacerola de fondo grueso, ya que esto ayudará a distribuir el calor de manera más uniforme, evitando que la leche se queme. Coloca la cacerola a fuego medio, permitiendo que la leche comience a calentar lentamente. Es fundamental remover la leche ocasionalmente con una cuchara de madera para asegurarte de que no se pegue al fondo ni forme una costra.
Una vez que la leche esté caliente, pero antes de que comience a hervir –cuando empiezas a ver burbujitas pequeñas en los bordes– es el momento adecuado para añadir los 300 gramos de azúcar. La clave en esta etapa es remover constantemente la mezcla. Esto no solo asegura que el azúcar se disuelva por completo, sino que también impide que la leche se adhiera al fondo de la cacerola. La combinación de azúcar y leche creará una mezcla dulce y cremosa que comenzará a espesar en poco tiempo.
Ahora que el azúcar está completamente disuelto, es hora de reducir la temperatura. Baja el fuego a bajo y permite que la mezcla se cocine lentamente. Este paso es crucial y puede llevar entre 1 a 2 horas, dependiendo de la intensidad de tu cocina. Mantén un ojo en la mezcla y remueve cada cierto tiempo para evitar que se formen grumos. La paciencia es la clave; cuanto más despacio se cocine, más rica y cremosa será la leche condensada.
Durante la cocción, la leche se evaporará, lo cual es lo que buscamos. Al principio, la mezcla parecerá más líquida y, conforme pase el tiempo, empezará a espesar. Un parámetro visual que te guiará es el color: la mezcla debe adquirir un tono más dorado y la textura debe volverse más similar a un jarabe espeso.
En este punto, si deseas darle un toque especial a tu leche condensada, es recomendable añadir una cucharadita de vainilla. Este ingrediente no solo aportará un aroma irresistible, sino que también le dará un matiz de sabor que elevará tu creación. Incorpora la vainilla en los últimos 10 minutos de cocción para que los sabores se integren de manera óptima.