Cortó la cinta entre aplausos.
El nuevo vestíbulo estaba repleto de gente. Camareros con bandejas, recepcionistas sonrientes, huéspedes curiosos. Jimena los observó un momento y luego respiró hondo.
A veces, cuando la noche caía sobre la ciudad y ella se quedaba sola firmando documentos, recordaba aquella escena en el Belmont: Tomás entrando del brazo de otra mujer, el momento exacto en que la vio frente al mostrador de recepción, la sombra del miedo en sus ojos.
No lo recordaba con placer ni con resentimiento. Lo recordaba como el punto de quiebre.
En el instante en que dejó de ser la mujer engañada… y comenzó a ser la mujer que se elige a sí misma.
Y eso, pensó al ver su nombre en la placa de “Propietario”, valía más que cualquier venganza.