
Llevé a mi esposa al hospital. Acababa de entrar para un análisis de orina cuando el médico se acercó a mi oído y me susurró: «Llama a la policía inmediatamente».
Mis lágrimas fluían sin control. Sentía rabia, impotencia, pero sobre todo, un profundo dolor. La persona que compartía mi vida estaba sufriendo, y yo no lo había visto. La policía tomó nota, solicitó la incautación de algunos objetos de nuestra casa como prueba e inició la investigación.
Ese día me di cuenta de que la vida de mi esposa se salvó gracias a la atención y responsabilidad de un médico. Sin ese susurro, quizá nunca habría descubierto la verdad. Le apreté la mano y le dije:
“Tranquila, mientras esté aquí, no dejaré que nadie te vuelva a hacer daño”.
En los días siguientes, comenzó la desintoxicación. Estaba muy débil, pero poco a poco fue recuperando la visión. La policía trabajaba arduamente para encontrar al culpable. Pasé noches en vela, entre la preocupación y la esperanza de que todo se aclarara pronto.
Una noche, de pie junto a su cama, me tomó la mano con lágrimas en los ojos:
“Gracias… si no hubieras insistido en traerme, quizá ya no estaría aquí”.
La abracé fuerte, conteniendo la emoción:
“No, fue el médico quien te salvó. Pero te prometo que nunca volverás a enfrentarte a nada sola”.
En esa habitación blanca, con el pitido constante de las máquinas que monitoreaban su corazón, sentí una extraña paz. Sabía que aún había obstáculos por delante, pero también estaba segura de que mientras estuviéramos juntas, nada podría derrumbarnos.
⏬ Continua en la siguiente pagina ⏬