Fabiana siempre había sido de esas madres que planeaban cada detalle. Desde pequeños, sus gemelos, Matías y Mateo, ella y Esmero se dedicaron a hacer de cada cumpleaños un recuerdo inolvidable. Ese día, su casa se transformó en un mundo de fantasía inspirado en Super Mario. Globos rojos y azules flotaban en el aire. El pastel tenía forma de tubo verde con hongos sonrientes, e incluso contrataron a un animador vestido de Luigi. La abuela Violeta, como siempre, estuvo presente, ayudando en todo con su incansable energía. Los invitados reían, los niños jugaban, y Fabiana no podía dejar de mirar a sus hijos con una mezcla de ternura y orgullo.
Una felicidad genuina brilló en sus ojos al verlos crecer. Todo era perfecto hasta que dejó de serlo. Alrededor de las 5 p. m., después de soplar las velas y repartir las primeras rebanadas de pastel, Matías se desplomó en el suelo. Su rostro palideció al instante, y Fabiana corrió hacia él, sin comprender.
Entonces Mateo también se desplomó, y cuando intentó gritar, sintió un ardor en la garganta y una presión en el pecho, y cayó junto a ellos. Se desató el caos. Alguien gritó pidiendo ayuda. Una enfermera entre los invitados se apresuró a revisar sus signos vitales, y pronto se escuchó lo impensable. No tenía pulso. La escena se volvió borrosa para todos los presentes.
La música se detuvo. Los globos flotaban en un silencio sepulcral, y los invitados, horrorizados, apenas podían moverse. La abuela Violeta lloraba desconsoladamente, abrazando el cuerpo sin vida de su hija. En cuestión de minutos, la fiesta de cumpleaños se convirtió en un velorio.
Los tres cuerpos fueron colocados juntos en un ataúd blanco adornado con flores amarillas. «Una madre y sus hijos, inseparables hasta el final», decía la tarjeta. Pero lo que nadie sabía es que el final era solo el comienzo de algo mucho más oscuro y brillante. Si esta parte te impactó, suscríbete al canal para que podamos seguir compartiendo historias como esta. La Tierra aún estaba fresca cuando Fabiana abrió los ojos.
No entendía dónde estaba. Solo sabía que no podía moverse y que jadeaba. Estaba oscuro, había madera por todas partes y algo le presionaba los costados. Intentó gritar, pero no le salía la voz. Entonces sintió un ligero movimiento a su lado, un susurro, el llanto de una niña.
“Mamá”, la voz de Matías sonaba temblorosa y confusa. Entonces se oyó a Mateo toser y murmurar presa del pánico. El corazón de Fabiana latía con tanta fuerza que sentía que le iba a estallar el pecho. De alguna manera, sus hijos seguían allí, vivos. Con esfuerzo, logró mover el brazo derecho y notó algo en el bolsillo de su vestido: un celular.
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