
—¡Maldita sea! ¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¡Qué asco! ¡Qué asco! ¡Eso es algo que nunca se toca!
“No le importa el estatus ni el dinero. Solo necesita calor.”
“Lo sé. Ella… ella no descansará a menos que se sienta segura.”
“Lo sé”, repitió. “Y no es la única.”
“Lo siento, Maya.”
Un instante de silencio.
“No renunciaré”, dijo ella. “No por ti. Porque ella confía en mí.”
“Espero que te quedes”, murmuró. “Por ella.”
“Por ella”, repitió Maya.
Sin embargo, dentro de él, algo se desataba. Algo que creía enterrado para siempre. No confiaba en sí mismo. Pero Lily sí. Y por ahora, eso era suficiente.
A la mañana siguiente, Maya Williams se movía por la casa como una sombra. La mesa del comedor relucía, pulida e impecable. El café recién hecho perfumaba el aire.
Ni Nathaniel Blake ni la Sra. Delaney hablaron mientras Maya se trasladaba con una manta doblada en los brazos.
“Buenos días”, dijo con voz serena, con la mirada fija al frente.
La Sra. Delaney asintió rígidamente. Nathaniel levantó la vista de su tableta, con la mandíbula rígida y los labios apretados. No dijo nada. No importaba.
Maya no estaba allí por amabilidad. No predecía calidez. Estaba allí por el bebé.
⏬ Continua en la siguiente pagina ⏬