Me casé con una mujer de 60 años en contra de los deseos de su familia; luego descubrí un secreto que sacudió todo mi mundo.

Me casé con una mujer de 60 años a pesar de la oposición de toda su familia; pero al abrir su ropa, descubrí un secreto que cambió mi vida por completo…

Me casé con una mujer de 60 años a pesar de la oposición de toda su familia; pero al abrir su ropa, descubrí un secreto que cambió mi vida por completo… Soy Ethan Miller, tengo 20 años, mido 1,80 m y soy estudiante de segundo año de Economía en una universidad de Seattle.

Mi vida era tranquila: estudiaba, trabajaba a tiempo parcial en una cafetería y jugaba al baloncesto con amigos los fines de semana.

Hasta que conocí a la Sra. Eleanor Hayes, una mujer de 60 años, antigua propietaria de la cadena de restaurantes de alta gama Hayes Dining Group, ahora jubilada.

Nos conocimos en un evento benéfico del club de estudiantes al que me uní.

La Sra. Eleanor lució un elegante vestido gris, su cabello plateado recogido con esmero, su rostro irradiaba poder, pero sus ojos eran dulces y tristes.

Cuando sonrió y me preguntó:

“Joven, ¿crees en el karma?”

Jamás imaginé que esa pregunta cambiaría mi vida.

A pesar de la diferencia de edad de cuarenta años, enseguida nos hicimos amigos.

Me contó que había tenido un matrimonio infeliz, que su marido había muerto joven en un accidente y que no tenía hijos.

Me atrajo su experiencia, su inteligencia y la soledad que intentaba ocultar tras su sonrisa.

Tres meses después, me arrodillé y le propuse matrimonio una tarde lluviosa, en el patio del antiguo restaurante que había regentado.

“No me importa la edad, solo sé que quiero estar contigo”.

Toda mi familia se opuso.

Mi madre rompió a llorar; mi padre, furioso:

“¿Estás loco, Ethan? ¡Una mujer de sesenta años! ¡Podría ser tu madre!”.

Parientes, amigos, todos pensaban que Eleanor me había sobornado.

Pero no me importaba. La amaba de verdad, no por su riqueza, sino porque a su lado sentía paz, me sentía respetado.

Finalmente, me mudé de la casa y celebré una boda íntima, a la que solo asistieron unos pocos amigos cercanos y algunos empresarios que conocían a Eleanor.

La boda tuvo lugar en su antigua mansión en Portland, Oregón.

La noche caía a cántaros. Cuando terminó la fiesta, me senté en la cama con el corazón acelerado.

La puerta del baño se abrió; salió con un camisón de seda color marfil, el cabello suelto, exudando una elegancia que jamás había visto.

Se sentó a mi lado, con tres expedientes inmobiliarios y un manojo de llaves de un Porsche Cayenne nuevo.

Me los puso en la mano con voz suave pero firme:

«Ethan, si has elegido este camino, necesitas saber la verdad.

No me casé contigo solo para tener a alguien a mi lado; quería encontrar un heredero».

 

 

 

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