Me divorcié de mi esposa después de 7 años, y al visitar una vez a mi ex suegra, quedé devastado cuando descubrí el terrible secreto que había estado ocultando todo este tiempo…
La letra de Mariana apareció ante mis ojos, cada trazo como un puñal en mi pecho.
“Amor mío, si lees esta carta, quizás ya no estoy. Perdóname por no contarte sobre mi enfermedad. No quería ser una carga, no quería que me miraras con lástima ni que tu vida estuviera atada a mí. Solo quería que salieras adelante, que cumplieras tus sueños… y si puedes, que me perdones por dejarte en silencio. Nunca dejé de amarte; solo lamento que nuestro destino fuera tan corto”.
Apreté la carta contra mi pecho mientras las lágrimas fluían sin parar. El mundo se rompió en mil pedazos, dejándome sola con un dolor insoportable.
Mariana se había ido en silencio, llevándose consigo todo ese amor inacabado. Y yo, que compartí siete años de su vida, ni siquiera lo sabía.
Esa noche encendí incienso frente a su retrato. Con el corazón roto, murmuré:
“He vuelto… pero demasiado tarde. Si hay otra vida, prometo estar a tu lado y recorrer contigo todo el camino que no pudimos completar en esta”.
El secreto que Doña Carmen había guardado me enseñó algo: a veces, lo que perdemos no es solo una persona, sino una parte de nuestro propio corazón. Y hay cosas que, si no las apreciamos a tiempo, nunca tendremos la oportunidad de recuperar.
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