
Mi esposo nunca lloró después de la muerte de nuestro hijo. Años después, supe la verdad.
Pensó que si se mantenía fuerte por ti, tendrías a alguien en quien apoyarte. Pero eso lo destrozó por dentro.
Me quedé allí sentada, conmocionada, mientras las lágrimas corrían a raudales.
Durante todos esos años, pensé que no le importaba, cuando en realidad, cargaba con su dolor en silencio, intentando protegerme.
Más tarde esa noche, conduje hasta el lago, donde encontré una pequeña caja de madera bajo un árbol.
Dentro había cartas que Sam le había escrito a nuestro hijo, una por cada cumpleaños desde que se había ido.
Cuando el sol se puso sobre el agua, por fin entendí: el amor no siempre es como esperamos.
A veces, se esconde en lugares tranquilos, esperando a que lo veamos.