“Anna”, dijo Rachel rotundamente, “no vamos a hacer esto”.
“No estoy aquí para drama”, sonreí. “Solo una demostración”.
Antes de que pudieran reaccionar, entré, directo al salón. Todavía conocía cada centímetro de esa casa; había decorado la mitad una vez. Desenchufé la adorada bicicleta Peloton de Rachel, esa de la que presumía cada mañana en internet.
Al arrastrarla afuera, sentí que ambos se tensaban.
“Anna, ¿qué demonios…?”, empezó Mark.
“Solo doy una lección”, dije con voz tranquila pero firme. Querías que Lily supiera lo que se siente perder algo que se ama, ¿verdad?
El rostro de Rachel palideció. “¡Ni se te ocurra!”
Demasiado tarde. El Pelotón se inclinó, se tambaleó y se estrelló contra la piscina con un fuerte chapoteo. El agua brotó a nuestro alrededor, empapándonos a todos. El silencio que siguió fue absoluto.
“Ahora”, dije en voz baja, “estamos a mano”.
Rachel gritó y Mark me miró boquiabierto. “¡Has perdido la cabeza!”
“No”, dije, “he recuperado el equilibrio”.
Me di la vuelta y me fui, con el agua goteando de mis brazos, pero mi corazón finalmente se calmó. Por una vez, la justicia sonó como un chapoteo.
Esa noche, Lily susurró: “Mamá… ¿hiciste algo?”.
Sonreí levemente. “Digamos que tu madrastra aprendió sobre la pérdida hoy”.
Sus ojos se abrieron de par en par y luego se suavizaron. “Gracias”.
La besé en la frente. “Te compraremos una máquina nueva, una aún mejor”.
No me di cuenta entonces de lo lejos que llegaría ese momento.
Al día siguiente, Mark me llamó furioso. “¡Te pasaste, Anna! ¡Esa bicicleta costó miles!”.
Reí con amargura. “El sueño de Lily también. ¿La diferencia? Ella se lo ganó”.
Silencio. Luego su voz se endureció. “Podrías haberlo manejado de otra manera”.
“Lo hice”, dije. “Exactamente como lo hiciste tú, observando”.
La voz se corrió rápido. Rachel publicó una vaga diatriba sobre “ex novios locos”, esperando compasión. En cambio, la gente hizo preguntas sobre Lily, sobre la máquina de coser. Los comentarios se acumularon: “¿Destruiste la propiedad de un niño?”. “Qué asco”. “Parece karma”. En cuestión de días, la publicación había desaparecido.
Mientras tanto, la historia de Lily se difundió discretamente en su escuela. Una profesora la puso en contacto con una organización local sin fines de lucro que otorgaba becas creativas a adolescentes. Le regalaron una máquina de coser profesional reacondicionada: avanzada, digital, preciosa. Al abrirla, sus ojos brillaron aún más.
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