Mi madre me vendió por 5000 a un hombre mayor y soltero. Pensé que mi vida sería un infierno a partir de ese momento, pero en cuanto crucé la puerta del dormitorio principal, una verdad me impactó…

Pasó el tiempo y dejé de culpar a mi madre. Comprendí que, en su desesperación, había elegido lo único que podía salvarnos. Y también comprendí que la vida es extraña: a veces, donde parece haber solo oscuridad, puede encenderse una luz inesperada.

Tres años después, gracias a su apoyo, terminé mi carrera técnica de enfermería. Ahora podía trabajar, mantenerme y ayudar a mi familia. Y él seguía a mi lado, no como esposo, sino como un amoroso padre adoptivo. Viajes en familia.

Una tarde, me entregó una cuenta de ahorros a mi nombre. Sonrió y dijo:

“Ahora eres libre de buscar tu propia felicidad. Solo te pido que me recuerdes como padre. Con eso me basta”.

Lo abracé llorando. Nunca imaginé que un vínculo tan puro nacería de un camino marcado por la desesperación.

Hoy, al recordar ese momento, ya no pienso que mi madre me “traicionó”. Creo que fue un extraño giro del destino. Gracias al sacrificio de mi madre y al corazón bondadoso de Don Esteban, hoy tengo una vida diferente: tranquila, llena de amor y esperanza.

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