Sonreí, muy suavemente: “¿No lo recuerdas? Mamá es tuya. Yo solo soy tu nuera. Cuidé de ella durante 7 años, es suficiente.” La mujer que estaba detrás de Miguel, con la cara pálida, aún sostenía una cuchara de yogur que no se había llevado a la boca. Miró rápidamente la silla de ruedas y a Doña Carmen, que aún no entendía lo que estaba pasando y sonreía inocentemente al ver a su hijo. Miguel se acercó, torpemente, e intentó agarrarme la mano para detenerme.
Me hice a un lado, tan tranquila como si estuviera terminando una tarea que había planeado durante mucho tiempo. “Aquí está el historial médico, las recetas mensuales, los pañales, las toallas y la crema para las llagas. Anoté todas las dosis en el cuaderno.”
Puse el cuaderno sobre la mesa y me di la vuelta para irme. Miguel se acercó, su voz se elevó notablemente: “¿Vas a abandonar a mi madre? ¡Lo que estás haciendo es inhumano!” Me detuve, sin darme la vuelta, me quedé inmóvil durante unos segundos y luego respondí en voz baja: “Tú la ignoraste durante siete años, ¿cómo le llamas a eso? Yo la cuidé como a mi propia familia, no por ti, sino porque ella es una madre. Pero ahora me voy, no por rencor. Solo… he hecho mi parte como ser humano.” Me di la vuelta y miré a la otra mujer directamente a los ojos, sonriendo suavemente: “Si lo amas, ámalo por completo. Esta es la parte del paquete.”
Luego saqué un documento de la propiedad de la casa y lo puse sobre la mesa: “La casa está a mi nombre solamente. No me estoy llevando nada. Él solo se llevó su ropa. Pero si en el futuro necesitan dinero para las facturas médicas de mamá, seguiré contribuyendo con una parte.
Porque fui una nuera decente.” Luego me incliné y acaricié el cabello de mi suegra por última vez: “Mamá, sé una buena chica aquí. Si te sientes triste, vendré a buscarte de nuevo…” Doña Carmen sonrió, su voz temblorosa: “Sí, vuelve y visítame de nuevo cuando vuelvas a casa…” Salí del apartamento. La puerta se cerró detrás de mí, dejando atrás una habitación en silencio, con el olor a perfume mezclado con el suave olor del aceite para masajes. Esa noche, dormí profundamente sin sueños. A la mañana siguiente, me levanté temprano y llevé a mi hijo a desayunar. Un nuevo comienzo, sin lágrimas, sin resentimientos, solo la tranquilidad de una mujer que había dado todo su amor y había aprendido a dejarlo ir en el momento adecuado.