Mujer declarada muerta durante 8 minutos afirma haber descubierto que la muerte es una ilusión

Pero ella cuenta una historia diferente: una en la que no se fue ni perdió el conocimiento en absoluto. En sus propias palabras, permaneció plenamente consciente todo el tiempo.

El momento de la partida
Brianna recuerda la experiencia de dejar su cuerpo como sorprendentemente pacífica. No sintió que la sacaran ni la empujaran; fue más bien como quitarse silenciosamente un abrigo pesado que no sabía que llevaba puesto.

Desde arriba, observó la escena. Pero su cuerpo sin vida y la conmoción en la habitación no captaron su atención. Casi al instante, se sintió atraída por algo más: un cambio hacia lo que ella describe como “un espacio sin tiempo”.

En este reino, no había relojes ni tictac, pero permanecía completamente consciente. Dice que se sintió más auténtica que nunca, como si la “Brianna” que había sido en la Tierra fuera solo una pequeña parte de un todo mucho mayor.

No había dolor, ni miedo, ni necesidad de respirar; solo una sensación de presencia tranquila y constante.

Un paisaje moldeado por el pensamiento
Una de las partes más fascinantes de la historia de Brianna es cómo el entorno parecía responder a sus pensamientos. Al principio, notó que aquello en lo que se concentraba comenzaba a formarse a su alrededor, pero lentamente, como si el universo se tomara su tiempo para responderle.

Si surgía un pensamiento negativo, tenía espacio para transformarlo en algo positivo antes de que se materializara por completo. Se encontró eligiendo deliberadamente imágenes pacíficas y amorosas, sabiendo que eventualmente moldearían su entorno.

Para ella, esto era la prueba de que incluso más allá de los límites de la vida, la mente (o la consciencia) tiene poder creativo. ¿Ocho minutos o meses?
En la Tierra, el reloj registró su ausencia exactamente a los ocho minutos. Pero en ese otro espacio, Brianna dice que sintió como si hubieran pasado meses. Tuvo tiempo para explorar, reflexionar e incluso interactuar con lo que ella llama “presencias familiares”.

No afirma que estas presencias fueran humanas en el sentido en que entendemos la humanidad. Parecían ser seres conscientes, no de carne y hueso, que irradiaban una sensación de aceptación incondicional.

Y en algún lugar dentro de esta vasta quietud, dice que sintió una presencia mayor: algo sabio, amoroso e infinitamente paciente. No había una “voz”, pero su guía era inconfundible.

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