Ese fue el momento en que decidí que estaban a punto de tragarse cada palabra.
Coloqué mi servilleta sobre la mesa y pregunté con calma: “Ya que el dinero parece tan importante esta noche, ¿puedo hacer una pregunta?”
Lorraine se animó. “Claro, querida.”
¿Cuánto cree usted que debería aportar económicamente una mujer al matrimonio?
Mark respondió primero. «Idealmente nada. Daniel está estable. Él proveerá».
“¿Y si gana más?” pregunté.
Lorraine se burló. «Una esposa que gana más que su esposo solo crea problemas. Por suerte, eso no será un problema para ti».
Daniel rió entre dientes. “Sí, cariño, no te preocupes. Yo me encargo de nosotros”.
Ese fue el giro de cuchillo, no porque quisiera su dinero, sino porque él genuinamente creía que no tenía ninguno.
Metí la mano en mi bolso, saqué una delgada carpeta negra y la puse sobre la mesa.
“¿Qué es eso?” preguntó Lorraine.
—Solo algo que traje —dije—. Ya que las finanzas parecen importar tanto.
Dentro había documentos: mis registros comerciales, resúmenes de ingresos, portafolios de marcas y capturas de pantalla de mis paneles. Los deslicé por la mesa.
Los ojos de Lorraine se abrieron de par en par en la primera página.
Se quedó boquiabierta en la segunda.
“Esto… esto no puede estar bien”, susurró.
Mark tomó los papeles. «¿Noventa mil… al mes?»
Daniel me miró como si viera a un extraño. “¿Por qué… por qué no me lo dijiste?”
—Porque —dije con suavidad— quería saber cómo tratabas a alguien que asumías que no tenía nada.
El silencio envolvió la habitación como una manta pesada.
Lorraine se recuperó primero, y su tono cambió al instante.
“¡Ay, cariño, antes no queríamos decir nada, solo queríamos protegerte!”
La miré a los ojos. «Los buenos padres no insultan a la gente por sus ingresos percibidos».
Daniel me tomó la mano. “Cariño, no quise decir…”
—No me defendiste —susurré—. Ni una sola vez.
Me puse de pie.