Hablamos durante el postre sobre límites, metas y el tipo de relación que queríamos. Por primera vez, nos sentimos sinceros.
Mientras me acompañaba hasta mi coche, me preguntó suavemente: “¿Todavía ves un futuro para nosotros?”
Lo estudié: lleno de esperanzas, imperfecto, esforzándose.
“Veo potencial”, dije. “Y con eso basta por ahora”.
Pero la paz nunca dura mucho.
Dos días después, Lorraine me llamó directamente; su tono era cortante y autoritario.
“De mujer a mujer”, dijo, “estás arruinando a mi hijo”.
Según ella, le estaba quitando su estabilidad, su dirección y su identidad.
Afirmaba que ningún hombre toleraría que su esposa le ganara más dinero.
Insistió en que si de verdad me importaba, lo dejaría por su propio bien.
Me quedé en calma.
—Lorraine —dije—, tu hijo por fin se siente libre de ser él mismo. Eso es crecimiento, no manipulación.
Ella siseó que me arrepentiría y colgó.
Le conté todo a Daniel en el momento que llegó.
Me tomó la mano y dijo simplemente: «Te elijo a ti. Y elijo al hombre que quiero ser, no al que me enseñaron a ser».
Por primera vez se instaló la confianza.
El amor no se trata de quién gana más.
Se trata de quién te apoya.
Quién crece.
Quién te elige incluso cuando es inconveniente.
Nuestro futuro no estaba garantizado.
Pero por primera vez se construyó sobre la base adecuada.