Rompí a llorar, no por el dinero, sino porque, por fin, ella me había reconocido. Tres días después, en la reunión para redistribuir los bienes después de la información adicional, toda la familia se quedó atónita al enterarse. Mi cuñada Sofía no pudo ocultar su sorpresa, mi marido Jorge se quedó en silencio, y mi suegro tenía los ojos llorosos. La taza vieja que parecía no tener valor, era el lugar donde mi suegra escondió el regalo más importante para la nuera que una vez fue olvidada. No me regocijé, ni me vengué de nadie. Solo miré a todos y dije: – “No tengo resentimientos. Solo espero que a partir de ahora, todos entiendan que a veces lo más valioso no es una gran propiedad, sino la gratitud en el momento adecuado.