Reuniendo fuerzas, me arrodillé y miré debajo de la cama… y lo que vi allí me dejó en estado de shock.

Con manos temblorosas saqué de debajo de la cama una vieja bolsa. Dentro había algunas cosas: un par de cuadernos, una cajita con objetos pequeños y el teléfono de mi hija. Ese mismo teléfono que mi esposo había dicho que “se había perdido”. El corazón me latía con un presentimiento oscuro.

Encendí el teléfono —todavía funcionaba—. Lo primero que abrí fue la mensajería. Allí encontré un chat con su amiga.

Fragmentos de la conversación

15 de febrero, 22:17
Hija: Ya no puedo soportarlo más.

22:18
Amiga: ¿Qué pasó?