 
			«¡Sírvienos en francés y tendrás 5 000 euros!», le lanzó el hombre rico a la camarera. Pero un minuto más tarde, palideció al descubrir quién era ella realmente.
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Tres meses más tarde, una joven segura de sí misma, con un elegante traje sastre, subía por la calle familiar. Echando un vistazo al «Aurora», vio a Riccardo en la barra, enfrascado en una gran discusión con su barman.
—¡Sofía! —exclamó él, sinceramente feliz, con el rostro iluminado por una amplia sonrisa—. Entonces, ¿cómo va todo en el gran mundo de los negocios? ¿Todos los contratos firmados?
—¡De maravilla, Riccardo, ni yo misma me lo creo! —dijo ella, radiante—. He pasado a tomar un café y a preguntar por nuestra querida «Aurora».
—Eres una persona única, Sofía. Y estoy infinitamente feliz de que un día trabajaras aquí, aunque no fuera el período más fácil para ti.
—¿De verdad lo crees? Gracias por tus palabras. Siempre has sido bueno conmigo. Por mi culpa, perdiste a uno de tus clientes más derrochadores, y nunca me lo reprochaste.
Riccardo la miró gravemente, lleno de respeto: —No lo perdí por tu culpa, querida. La reputación de mi casa, el honor y la dignidad de mi equipo, eso es lo que importa. Ese niñato maleducado había superado todos los límites. Y además… Cuando algo disminuye por un lado, vuelve por el otro, multiplicado por cien; es la terca ley de la vida y de los negocios —añadió con un guiño cómplice—. Tu nuevo jefe, Lorenzo Mancini, viene a menudo por aquí ahora. Almuerza, cena… Pregunta por ti. Con muchos detalles, interés… diría incluso: con atención. Parece que le causaste una impresión duradera. Y no solo por tus talentos de lingüista, créeme.
Sofía sonrió mirando su reflejo en la gran cristalera limpia de ese restaurante que había sido a la vez su prisión, su salvación y su refugio. Sus dedos encontraron, por costumbre, el medallón de plata frío pero tan querido para su corazón. Su vida tomaba un nuevo rumbo, y sentía, en lo más profundo, que mucha luz y posibilidades la esperaban aún, como una página en blanco por escribir en el libro de su destino.
Y en la sala silenciosa de su corazón, donde antaño solo resonaban susurros de inquietud y rugidos de angustia, se instaló para siempre una melodía de esperanza, dulce y bella, como el canto lejano de una golondrina planeando alto en el cielo sin nubes sobre el mar eterno.
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