Su madrastra la obligó a comprometerse con un hombre sin hogar, pero el destino tenía otros planes.

Periodistas, fotógrafos y miembros de la alta sociedad se reunieron en un resplandeciente salón de baile, repleto de candelabros y torres de champán. Todas las miradas se posaron en Grace y Ethan mientras descendían la imponente escalera.

—Esto es ridículo —murmuró Ethan—. ¿Por qué aplaude la gente?

—Creen que es romántico —susurró Grace.

Él le ofreció el brazo. Ella lo tomó.

Un reportero se acercó. «Señor Eaton, ¿cómo le propuso matrimonio?»

—En la Quinta Avenida —dijo Ethan con sequedad—. Donde empiezan todos los grandes romances.

Grace se rió a pesar suyo. El reportero sonrió radiante. “¡Menuda historia!”

Y así transcurrió la noche: fotos, discursos, brindis. Ethan mantuvo la humildad en sus respuestas. Habló de segundas oportunidades y resiliencia. Improvisadas y crudas, sus palabras conmovieron a la sala.

Sólo con fines ilustrativos

Clarissa estaba furiosa.

Después del incidente, en la limusina, ella susurró: «Se suponía que ibas a ser una vergüenza. ¿Qué pasó?».

—Hablé con el corazón —respondió Ethan—. Deberías intentarlo alguna vez.

Grace se volvió hacia él, con los ojos brillando con algo nuevo. Admiración.

Durante la semana siguiente, su “compromiso” se convirtió en una sensación.

La fuerza silenciosa de Ethan, la gentil dignidad de Grace… ya no fingían. Empezaron a caminar juntos por Central Park, hablando durante horas.

Le contó sobre su infancia en hogares de acogida. Sobre las noches que pasaba en bibliotecas leyendo a la luz tenue, soñando con ser alguien.

Ella compartió recuerdos de su padre: cómo él le enseñó a ver el valor en cada persona.

No estaban enamorados.

Aún no.

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