“Todas las enfermeras que cuidaban al hombre guapo en coma y en estado vegetativo quedaron misteriosa e inusualmente embarazadas — y cuando la verdad salió a la luz, todos quedaron horrorizados…”

Las enfermeras, mientras tanto, dieron a luz a niños sanos, todos compartiendo los mismos llamativos ojos azules del hombre que nunca despertó. Algunas decidieron quedarse con sus bebés; otras los dieron en adopción, incapaces de soportar el recuerdo. El hospital llegó a un acuerdo confidencial con cada víctima, pagando millones en daños. Pero ninguna cantidad de dinero podía borrar el trauma.

La Dra. Emily Carter renunció poco después de que se cerrara el caso. En una entrevista años después, admitió que el caso aún la atormentaba. “No fue solo un crimen”, dijo. “Fue una violación de la confianza, de lo que representa la medicina”.

El caso provocó reformas a nivel nacional. Hospitales de todo Estados Unidos introdujeron sistemas más estrictos de seguimiento de material genético y medidas de vigilancia en los procedimientos relacionados con la fertilidad. La Asociación Médica Estadounidense ahora cita el Caso Hale como un ejemplo definitorio de los “límites del consentimiento en pacientes inconscientes”.

Hasta el día de hoy, nadie sabe cuántas otras clínicas podrían haber operado con tanta confianza ciega. La historia sigue siendo un escalofriante recordatorio de que la maldad puede vestir bata de laboratorio, y que la ética siempre debe estar por encima de la ambición.

¿Tú qué piensas? ¿Debería contárseles alguna vez la verdad sobre sus orígenes a los niños nacidos de esta tragedia, o se les debería permitir vivir sin esa carga? Comparte tu opinión abaj

 

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