Todas las noches, mi esposo dormía en la habitación de nuestra hija, así que instalé una cámara oculta. Lo que descubrí en ese video me hizo temblar las manos y me detuvo el corazón por un instante.

Emma seguía llorando mientras dormía, y a veces, cuando miraba al vacío, sus ojos parecían lejanos… casi perdidos.

El mes pasado, empecé a notar algo extraño.

Todas las noches, alrededor de la medianoche, Evan salía silenciosamente de nuestra habitación.

Cuando le pregunté, me dijo con calma:

“Me duele la espalda, cariño. El sofá del salón me alivia”.

Le creí.

Pero unas noches después, al levantarme a buscar agua, me di cuenta de que no estaba en el sofá.

Estaba en la habitación de Emma.

La puerta estaba entreabierta. Una suave lamparita naranja brillaba por la rendija.

Estaba tumbado junto a ella, rodeándole los hombros con el brazo.

Me quedé paralizada.

“¿Por qué duermes aquí?”, susurré con brusquedad.

Levantó la vista, cansado pero tranquilo.

“Estaba llorando otra vez. Entré a consolarla y debí de quedarme dormida”.

Sonaba razonable, pero algo dentro de mí no se aquietaba: una sensación pesada e inquietante, como el aire cálido y quieto antes de una tormenta de verano.

La cámara
Tenía miedo.
No solo de perder la confianza en mi marido, sino de algo peor, algo que ninguna madre quiere imaginar.

Así que decidí esconder una pequeña cámara en un rincón de la habitación de Emma.

Le dije a Evan que necesitaba revisar la seguridad de nuestra casa, pero en realidad, lo estaba vigilando.

Esa noche, encendí mi teléfono para revisar la grabación.

Alrededor de las 2 a. m., Emma se incorporó en la cama, con los ojos abiertos pero vacíos.

Empezó a caminar lentamente por la habitación, golpeándose suavemente la cabeza contra la pared antes de quedarse completamente inmóvil.

Mi corazón se paró.

Unos minutos después, la puerta se abrió.

 

 

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