Todas las noches, mi hijastra pasaba más de una hora en la ducha. Una noche, oí que llamaban a la puerta y llamé inmediatamente a la policía…

¿Por qué no denunciaste tu situación? Incluso con deudas, no está bien.

Estaba asustado. Lo amenazaron de muerte. Solo quería esconderse hasta que pudiera ayudarlo.

Daniela estaba llorando. Por primera vez, la vi triste.

Después de una hora, la policía confirmó que Luis no tenía antecedentes penales. No figuraba en ninguna lista. Era solo un joven desesperado que huía de peligrosos usureros. Le pidieron que se presentara al día siguiente para resolver el asunto legalmente.

No dormí esa noche.

Pensé en Daniela, una joven que trabajaba, se adaptaba a su nuevo hogar y guardaba un secreto que nunca había pedido. Me reproché haber desconfiado de ella.

A la mañana siguiente, Luis llegó a la estación. Delgado y modestamente vestido, me saludó con una reverencia:

Lo siento, señora. No quise causar problemas… Es que no tenía adónde ir.

Lo miré largo rato. Finalmente, suspiré:

Nadie merece vivir con miedo. Si eres honesto y quieres seguir adelante… te ayudaré en todo lo que pueda.

Daniela miró hacia abajo y las lágrimas brotaron de sus ojos.

Unos meses después…

Leonardo se enteró. Al principio, se enojó. Pero cuando entendió toda la historia, sintió más amor y admiración por su esposa. Juntos, él y yo ayudamos a Luis a regularizar su situación y a liberarse de los usureros con la ayuda de la policía.

Hoy, Luis trabaja en un gran taller de reparación de electrodomésticos. Alquila su propia habitación. Vive en paz. Ya no se esconde.

Esa noche, después de cenar, Daniela fue a ducharse. Salió a los 20 minutos. El olor era dulce. Su cabello aún goteaba agua.

Le sonreí y le ofrecí una taza de té:

 

“Eso fue rápido. ¿Ya no hay nadie escondido ahí?”

Daniela se sonrojó y rió.

Su risa resonó suavemente por la casa. A veces los secretos no nacen de la traición… sino de la lealtad, la familia y el sacrificio silencioso.

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