Un millonario encuentra a su exesposa embarazada atendiendo mesas en un restaurante y queda impactado…

La pregunta flotaba en el aire, cargada con la historia que compartían.

Ricardo miró a su alrededor, consciente por primera vez de lo fuera de lugar que se veía con su traje de diseñador italiano en medio de ese ambiente sencillo y acogedor.

“Me refugié de la lluvia”, murmuró, percibiendo lo absurdo de la respuesta.

Carmen asintió. Profesional, distante. “¿Qué le gustaría pedir?”

Esa formalidad lo golpeó como una bofetada. Después de ocho años de matrimonio, después de promesas de amor eterno, después de haber planeado una vida juntos que nunca se materializó, ella le hablaba como a cualquier otro cliente.

Pero quizás eso era exactamente lo que era ahora, un extraño.

“Carmen”, comenzó Ricardo, pero ella lo interrumpió con suavidad pero firmeza. “Señor Mendoza, tengo otros clientes esperando. Ya decidió lo que va a pedir”.

El uso de su apellido fue como un puñal en su pecho. Ricardo estudió su rostro, buscando cualquier grieta en esa máscara de profesionalismo, cualquier vestigio del amor que una vez compartieron.

Su mirada se posó inevitablemente en su vientre.

Calculó mentalmente: seis, quizá siete meses.

“¿De cuánto tiempo estás de embarazo?”, se le escapó la pregunta sin que pudiera evitarlo.

Carmen se tensó. “Eso no es asunto tuyo”.

Su mano derecha se dirigió instintivamente hacia su vientre en un gesto protector que Ricardo reconoció. Era el mismo gesto que había hecho años atrás cuando perdieron a su bebé a los cuatro meses de embarazo. El bebé que había sido la gota que colmó el vaso en su matrimonio fallido.

El recuerdo lo golpeó con fuerza. Recordó aquella terrible noche en que Carmen regresó sola del hospital porque él había estado en una reunión crucial que no podía posponerse.

Recordó cómo ella, sentada en el sofá de su casa de veinte habitaciones, en medio de todo el lujo que él le había construido, le había dicho que ya no sabía quién era, que el hombre del que se había enamorado había desaparecido entre el primer y el décimo millón.

Carmen lo intentó de nuevo, pero una voz masculina la interrumpió. “Cariño, todo está bien por aquí”.

Ricardo levantó la vista y vio a un hombre de su misma edad acercándose.

 

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