Un multimillonario, ansioso por hacer alarde de su éxito, invita a su ex esposa a su lujosa boda y se sorprende cuando ella llega con un par de gemelos que él nunca supo que existían.

Una lágrima rodó por su mejilla. “No lo sabía. No tenía ni idea.”

La expresión de Lila se suavizó un poco. “No vine a castigarte. Vine porque me invitaste. Querías demostrarme lo exitoso que has sido.”

Se puso de pie lentamente, sintiendo el peso de la realidad. “Y ahora me doy cuenta de que me perdí seis años de mi mayor logro.”

La organizadora de bodas le dio una suave palmada en el hombro. “En cinco minutos, empezamos.”

Cassandra ya caminaba de un lado a otro, visiblemente furiosa.

Alexander se giró hacia Lila y los niños. “Necesito tiempo… Quiero conocerlos. ¿Podemos hablar?”

Lila dudó antes de asentir. “Depende. ¿Quieres ser padre ahora o solo un hombre al que pillaron?”

Su pregunta tuvo un impacto más profundo que cualquier titular o caída de la bolsa.

“Quiero ser su padre”, respondió en voz baja, con la voz quebrada. “Si me dejas.”

La boda nunca se celebró.

Más tarde ese mismo día, Cassandra emitió una declaración pública sobre “valores desalineados” y la “necesidad de claridad”. Las redes sociales fueron un hervidero de rumores durante una semana.

Pero nada de eso le importaba ya a Alexander.

Por primera vez en años, regresó a casa, no a una mansión vacía, sino a un modesto jardín donde dos niños reían y perseguían luciérnagas, y donde una mujer a la que una vez amó lo esperaba, al borde del perdón.

Y por primera vez en mucho tiempo, no estaba construyendo imperios.

Estaba reconstruyendo algo mucho más frágil y mucho más preciado.

Una familia.

Leave a Comment