Se fue en silencio, sin alboroto ni litigios. Solo un divorcio firmado y su viejo anillo en la encimera de la cocina. Él no insistió en obtener respuestas, pensando que ella simplemente no podía seguir el ritmo de sus crecientes ambiciones, o que no quería.
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Nunca había entendido bien por qué se había ido tan repentinamente, y sinceramente, no le importaba. Hasta ahora.
En un tranquilo pueblo cerca de San Diego, Lila estaba sentada en el porche observando a sus gemelos de seis años, Noah y Nora, dibujar con tiza en la entrada. Al abrir el sobre que acababa de llegar, su mirada recorrió la elegante cartulina.
“El Sr. Alexander Graves y la Srta. Cassandra Belle le invitan cordialmente…”
Lo leyó dos veces. Sus dedos se apretaron en los bordes.
“Mamá, ¿qué es esto?” —preguntó Nora, de pie junto a ella.
—Una invitación de boda —dijo Lila, dejando la tarjeta sobre la mesa—. De tu… padre.
Las palabras eran pesadas. Hacía años que no las pronunciaba en voz alta.
Noah levantó la vista, perplejo. —¿Tenemos padre?
Lila asintió lentamente. —Sí.
Continúa en la página siguiente.