Un niño de 7 años con hematomas entró a urgencias con su hermanita en brazos. Sus palabras rompieron corazones.

Era poco más de la una de la madrugada cuando el pequeño Theo Bennett entró en urgencias del Hospital St. Catherine de Vermont, abrazado a su hermanita, envuelto en una fina manta amarilla descolorida. Una fuerte ráfaga de viento invernal se coló tras él al abrirse las puertas, rozando sus pequeños pies descalzos.

Todas las enfermeras de recepción se giraron, sorprendidas al ver a un niño tan pequeño allí solo.

La enfermera Olivia Grant fue la primera en acercarse. Se le encogió el corazón al observar los moretones en sus brazos y el pequeño corte sobre su ceja. Avanzó lentamente, hablándole con un tono suave y tranquilizador.

“Cariño, ¿estás bien? ¿Dónde están tus padres?”, preguntó, arrodillándose para mirarlo a los ojos, abiertos y asustados.

Los labios de Theo temblaron. “Necesito… necesito ayuda. Por favor… mi hermana, tiene hambre. Y… no podemos ir a casa”, susurró con voz ronca y frágil.

Olivia le indicó que se sentara en una silla cercana. Bajo las luces del hospital, los moretones en sus brazos eran inconfundibles; se veían huellas oscuras a través de su sudadera raída. La bebé, de unos ocho meses, se movía débilmente en sus brazos, con sus pequeñas manos crispándose.

“Estás a salvo aquí ahora”, dijo Olivia en voz baja, apartándole un mechón de pelo de la frente. “¿Puedes decirme tu nombre?”

 

 

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