Una promesa cumplida
Unos meses después, Don Alberto Vargas celebró una ceremonia pública para anunciar un nuevo programa de becas para niños de escasos recursos. Lo bautizó como Programa Esperanza, en honor a la abuela de Aurelio.
De pie en el escenario, Aurelio habló con voz suave pero orgullosa:
«Mi abuela solía decir que la dignidad vale más que el oro. Hoy, por fin entiendo lo que quería decir».
El público se puso de pie cuando Vargas le puso una mano en el hombro al niño. «Me salvaste la vida, Aurelio», susurró. «Ahora, ayudemos juntos a otros».
El niño y el río
Pasaron los años, pero los habitantes de Ciudad de Esperanza nunca olvidaron al niño descalzo que se lanzó al río. Contaban que el río mismo había cambiado aquel día: sus aguas ya no eran monótonas y olvidadas, sino que brillaban con un nuevo significado.
Aurelio se convirtió en ingeniero, uno de los primeros graduados del programa Esperanza. Su empresa construyó viviendas asequibles para familias que habían vivido como él, con pocas esperanzas. A veces, volvía a la misma orilla donde todo había comenzado. El sol brillaba sobre el agua quieta y él sonreía en silencio.
«Ese día no solo salvé a un millonario», le dijo una vez a un periodista. «Salvé a un hombre, y él también me salvó a mí».
En el corazón de una ciudad que antes lo había ignorado, el nombre de Aurelio Mendoza se convirtió en algo más que una simple historia.
Nos recordó que el coraje, por pequeño que sea, por humilde que sea, puede cambiar el rumbo del destino.
 
					