Un rico hombre de negocios conoce a un chico misterioso en la tumba de su hijo… Y ese encuentro inesperado cambiaría toda su vida por completo.

“No pretendíamos hacerte nada malo”, dijo en voz baja. “Por favor, déjanos en paz”.

“Solo necesito entender”, respondió Richard. ¿Por qué visitaba tu hijo la tumba de Leo?

Se hizo un silencio.

Entonces, Noah levantó la vista y preguntó en voz baja: “¿Eres tú quien trae los lirios?”.

Richard parpadeó. “Sí… a Leo le encantaban los lirios. ¿Cómo lo sabes?”.

La voz de Clara tembló. “Porque… Leo era el padre de Noah. Nunca lo supo. Estaba embarazada cuando murió”.

Richard se quedó paralizado. Su mente daba vueltas.

“¿Es… mi nieto?”, susurró.
Clara asintió, con lágrimas en los ojos. “No sabía cómo decírtelo. Después del accidente de Leo… tenía miedo. Miedo de que no me creyeras. De que pensaras que quería algo de ti, o de que te llevarías a Noah”. Más de 1700 fotos de stock, imágenes e imágenes libres de derechos de autor de lápidas infantiles – iStock
Solo con fines ilustrativos
Richard observó atentamente al niño: sus ojos, sus rasgos, la forma en que fruncía el ceño. Era Leo. En cada expresión, en cada línea de su rostro.

Se arrodilló.

“Me perdí mucho”, dijo. “Pero ahora quiero ayudar. Por favor, déjame formar parte de la vida de Noah”.

Clara dudó. Miró a su hijo, quien observaba en silencio al hombre que decía ser su abuelo. Luego miró el techo agrietado sobre ellos, el suelo húmedo bajo sus pies.

“¿Qué quieres de nosotros a cambio?”, preguntó con cautela.

“Nada”, dijo Richard. “Solo que me dejes formar parte de la vida de Noah. Soy su abuelo. Solo quiero darle lo que no pude darle a Leo”.

Estudió su rostro, buscando señales de engaño. Pero solo vio cansancio, y algo más: remordimiento genuino.

“De acuerdo”, susurró. “Pero no lo dejes. Por favor. Ya ha pasado por demasiado”.

“No lo haré”, dijo Richard. “Lo prometo”.

Para no agobiar a Clara y Noah, Richard se encargó de que se alojaran en un modesto apartamento de su propiedad en una zona tranquila de la ciudad. No era lujoso, pero era cálido, seguro y estaba lleno de comida y sábanas limpias.

Cuando Clara y Noah entraron, se quedaron paralizados. Los muebles limpios, las mantas suaves y la nevera llena los abrumaban.

Noah extendió la mano y tocó el brazo del sofá, luego miró a su madre con incredulidad. “¿Esto es… nuestro?”

“Por el tiempo que necesites”, respondió Richard, retrocediendo. “También hay una escuela cerca”.

El rostro de Noah se iluminó un poco por primera vez.

Solo con fines ilustrativos.
Esa noche, compartieron una comida tranquila en la pequeña cocina. Noah devoró sopa caliente y sándwiches mientras Clara apenas tocaba su plato, con los ojos húmedos. Richard

 

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