Un soldado regresa de su despliegue y descubre que su pequeña hija cuida sola de su hermanito. Su fiel perro se ha convertido en su protector, mientras que la madrastra desapareció hace mucho tiempo con su amante.

La voz de Daniel era baja pero firme. “¿Un error? Los abandonaste. Emily se convirtió en su madre mientras tú desaparecías”.

“No estaba contenta”, dijo, entre lágrimas. “Pero quiero arreglar las cosas”.

La voz de Emily cortó el aire. «Ya no te necesitamos, mamá. Ahora papá nos cuida».

Rachel se derrumbó, pero Daniel no se movió. “No puedes volver cuando te convenga”, dijo, cerrando la puerta con cuidado.

 

 

 

 

 

 

Dentro, Emily se apoyó en él, Joshua abrazó a Max y, por primera vez en años, Daniel sintió paz. Aún habría dificultades, pero lo peor ya había pasado.

Esa noche, arropó a sus hijos y murmuró: «Ahora somos una familia. Nadie volverá a quebrarnos».

Max yacía junto a ellos, vigilante y leal.

Y en esa tranquila casa de Virginia, Daniel Hayes comprendió que aunque había regresado de una guerra, otra lo esperaba, pero ésta la ganaría, por la única misión que importaba: sus hijos.

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