Epílogo
A partir de ese día, Ramón cambió. Visitaba a menudo a su madre, le llevaba comida y medicinas, y reparaba la vieja casa en la que ella vivía sola. Su esposa, que antes la había desaprobado, comenzó a comprender el discreto vínculo que los unía.
La historia de la madre de 70 años y el paquete de fideos lleno de amor se extendió por el barangay como un dulce recordatorio.
Para Doña Dolores, el regalo más preciado nunca fue el dinero, sino el amor que sobrevivió bajo capas de orgullo y miedo.
A menudo se sentaba junto a su ventana, sonriendo suavemente mientras decía: «Ese paquete de fideos… fue el mejor regalo que mi hijo me dio».
Por mucho éxito que alcancemos, que nunca olvidemos a quienes nos dieron la vida. Un pequeño gesto de amor hacia nuestros padres —una palabra, un abrazo, una simple visita— puede reconfortar sus corazones para toda la vida.
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