 
			Una madre de 70 años fue a ver a su hijo para pedirle dinero para su tratamiento médico; su hijo solo le dio un paquete de fideos y luego la echó educadamente. Cuando llegó a casa y lo abrió, quedó en shock y no podía creer lo que veía…
Por muy ocupados o ricos que estemos, nunca olvidemos a quienes nos dieron la vida y nos criaron. Un poco de amor hacia los padres —a veces un saludo, un apretón de manos— puede calentar toda una existencia.
El cambio del hijo – El amor del pueblo renace
Desde que Dolores se recuperó, Ramón se convirtió en otro hombre. Ya no solo se preocupaba por el negocio, los contratos o las fiestas con socios. Cada fin de semana conducía desde Ciudad Quezón hasta la provincia, donde la pequeña casa de madera de su madre descansaba junto a los cocoteros.
Compraba vitaminas, una nueva cama y mandaba a reparar el techo. Además, decía a los vecinos:
—Si Nanay se siente mal o necesita algo, avísenme de inmediato.
El cuidado de Ramón llenaba a Dolores de felicidad. Un día lo vio barriendo el patio, la luz de la tarde iluminando su figura. Ella pensó: “Este sí es mi hijo.”
El cambio de la esposa
Al principio, la esposa de Ramón —Cecilia— no estaba contenta. En el fondo pensaba: “Si pasa tanto tiempo con su madre, ¿qué será de su esposa y sus hijos?”
Pero poco a poco, al ver cómo Ramón alimentaba a su madre, la acompañaba al hospital y escuchaba sus historias, su corazón cambió. Una noche, cuando estaban solos, Cecilia le dijo suavemente:
—Amor, perdóname. Fui egoísta. Al verte cuidar de Nanay, deseo que nuestros hijos también me amen así algún día.
Ramón tomó su mano, con los ojos húmedos:
—Gracias por entenderme. Me arrepiento de haber tenido miedo y de tratar fríamente a mi madre. Prometo mantener el equilibrio y no hacerte sufrir.
Desde entonces, Cecilia empezó a ir con él al pueblo, llevando dulces y frutas. La gente del barangay los admiraba al ver a la nuera riendo y ayudando a su suegra en el mercado.
La reacción de la comunidad
La historia del “paquete de fideos con dinero y amor” se esparció por todo el vecindario. Los ancianos, al tomar café, comentaban:
—Qué suerte que Ramón recapacitó a tiempo. De lo contrario, se habría arrepentido toda su vida.
Un vecino incluso usó la historia como lección:
—Hijos, cuando tengan trabajo y dinero, no olviden a sus padres. Solo necesitan su corazón.
Al principio, muchos criticaron a Ramón por ser ingrato. Pero al ver su cambio, lo miraron con respeto.
En una reunión comunitaria, el presidente del barangay mencionó:
—La piedad filial es la raíz de la familia filipina. Ramón nos enseñó que nunca es demasiado tarde para volver al buen camino.
Una familia reunida
Las comidas familiares se hicieron más frecuentes. Dolores se sentaba al centro de la mesa, con Ramón a un lado, Cecilia al otro y los nietos alrededor. Ella servía la sopa y sonreía:
—Soy muy feliz. No por el dinero, sino porque mi familia está unida.
Ramón bajó la cabeza:
—Nanay, prometo que nunca más la haré sufrir.
Afuera, el sol dorado caía sobre el nuevo techo, el canto de los gallos y las risas de los niños llenaban el aire. Todo el barangay repetía:
—Nunca olviden a sus padres. Gracias a ellos, tenemos lo que somos hoy.
El último legado de Dolores
Con los años, la salud de Dolores se estabilizó. Cada mañana se sentaba en el porche, observando el jardín de sampaguitas y a sus nietos jugando. Su rostro arrugado siempre mostraba una sonrisa.
Ramon y Cecilia mantenían la costumbre de visitarla cada fin de semana. En cada reunión, Dolores contaba historias:
—Cuando Nanay era joven, todo era difícil. Pero gracias al amor, llegamos hasta aquí.
Los nietos preguntaban:
—Lola, ¿es verdad la historia del paquete de fideos con dinero?
Ella sonreía:
—Sí, es verdad. Pero lo importante no es el dinero, sino el corazón de un hijo hacia su madre.
Con el tiempo, Dolores se convirtió en un símbolo del barangay. La llamaban “Nanay Dolores – la madre del amor filial.” En las reuniones comunitarias, los líderes la mencionaban como ejemplo:
—Los errores se pueden corregir, si uno sabe volver a sus raíces.
El “paquete mágico de fideos” se transformó en una fábula moderna. Los niños decían:
—Prometo que cuando crezca, nunca haré llorar a mi mamá como Nanay Dolores.
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