
Leah Anderson estaba sentada en la pequeña y tenuemente iluminada cocina de su destartalado apartamento, con el peso del agotamiento sobre sus hombros. Eran las dos de la madrugada y su bebé, Charlie, lloraba sin parar en la habitación de al lado. Leah llevaba horas despierta intentando consolarlo, pero el hambre en su llanto era inconfundible. Tenía suficiente fórmula para una toma más, pero ¿qué haría después?
Como madre soltera que luchaba por llegar a fin de mes, Leah no tenía respuestas. Su trabajo en el restaurante apenas cubría el alquiler, y mucho menos lo esencial para Charlie. Ya había empeñado su anillo de bodas para comprar comida y no podía pedir ayuda a su familia; estaban tan arruinados como ella.

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