Una madre soltera le envió un mensaje de texto accidentalmente a un multimillonario pidiéndole dinero para leche de fórmula para bebés. Nunca imaginó lo que sucedería después.
Las manos de Leah temblaban al leer el mensaje. Era demasiado para asimilar. Sintió una chispa de esperanza en su interior, algo que no había sentido en años. ¿Podría ser que Max realmente fuera la respuesta a todas sus oraciones?

A medida que pasaban los días, Max seguía enviando más paquetes, cada uno más grande y generoso que el anterior.
Él pagó su alquiler cuando su propietario amenazó con desalojarla, la ayudó con las compras e incluso consiguió un cochecito y una cuna nuevos para Charlie.
Y entonces, un día, de la nada, llegó un mensaje de Max que dejó a Leah sin aliento:
Me gustaría conocerte en persona. Creo que es hora de que hablemos cara a cara.
Leah estaba nerviosa. No tenía ni idea de quién era esa persona ni por qué se ofrecía a ayudarla tanto. ¿Era una estafa? ¿Y si tenía segundas intenciones? Aun así, una parte de ella no podía evitar sentirse emocionada. Después de todo, Max ya le había cambiado la vida de muchas maneras.
La reunión se fijó para la tarde siguiente en un café tranquilo.
Leah llegó temprano, agarrando su teléfono mientras esperaba. No estaba segura de qué esperar; ni siquiera estaba segura de creerlo ella misma.
Y entonces, la puerta del café se abrió y entró un hombre que irradiaba poder y confianza. Alto, bien vestido, con un rostro que podría haber aparecido en la portada de una revista. Leah sintió que el corazón se le aceleraba. Era él: Max Carrington.
Se acercó a su mesa con una cálida sonrisa. “Leah”, dijo, extendiendo la mano. “Me alegra conocerte por fin”.
Leah le estrechó la mano, todavía incrédula. «No esperaba que tuvieras este aspecto».
Max rió suavemente. “Te sorprendí en más de un sentido”.