Una Presencia Silenciosa…

Parecía como si estuviera esperando algo.

Y aunque nadie lo decía en voz alta, muchos empezaron a sentir un tipo de incomodidad que no sabían explicar.

Como si esa calma en la niña fuera demasiado extraña, como si algo estuviera a punto de pasar.

Esa noche nadie durmió.

Algunos se quedaron en el porche hablando en voz baja y otros entraban y salían de la sala para ver cómo seguía todo.

Camila seguía junto al ataúd sin moverse.

Parecía cansada, pero no quería acostarse ni alejarse.

Entonces la abuela le trajo una cobija y se la puso sobre los hombros.

Nadie insistió más.

Pasó un rato largo y la mayoría empezó a distraerse.

Unos salieron a fumar, otros fueron a la cocina por café y la mamá se quedó sentada en una esquina con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados.

En ese momento, Camila se subió a la silla, apoyó una rodilla en el borde del ataúd y trepó con cuidado.

Lo hizo despacio, como si ya lo hubiera pensado.

Nadie se dio cuenta hasta que ya estaba adentro, acostada encima del cuerpo de su papá, abrazándolo fuerte.

Cuando una de las tías se giró y la vio ahí, gritó sin pensarlo y todos corrieron.

Fue un caos.

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