“¿Por qué cambias la ropa de cama a diario, hija?”.
Me dedicó una dulce sonrisa y respondió:
“Soy alérgica al polvo, Nanay. Duermo mejor cuando todo está fresco”.
Aun así, seguía dudando. Toda la ropa de cama era nueva, fragante y cuidadosamente elegida para la boda.
Y nadie en nuestra familia tenía alergias.
Poco a poco empecé a sospechar que ocultaban algo más…
El sorprendente descubrimiento
Una mañana, fingí ir al mercado.
Cuando Mira bajó a la cocina, entré sigilosamente en su habitación.
En cuanto abrí la puerta, un fuerte olor metálico me inundó la nariz.
El corazón me latía con fuerza.
Me acerqué a la cama y levanté lentamente la sábana…
Casi me fallaron las piernas.
El colchón blanco estaba cubierto de manchas de sangre: gruesas, en capas y por todas partes.
Y no era sangre menstrual. Se veía diferente: más oscura, más densa, más inquietante.
Presa del pánico, abrí los cajones.
Dentro había rollos de vendas, un frasco de antiséptico y una camiseta interior manchada de sangre, cuidadosamente doblada y escondida.
La verdad de Mira
Bajé corriendo las escaleras, agarré a Mira de la muñeca y la subí.
“¡Explícame esto! ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué hay sangre? ¡¿Por qué lo ocultas?!”
Al principio, permaneció en silencio. Todo su cuerpo se estremecía, sus ojos se llenaban de lágrimas y sus labios temblaban.
Luego se desplomó en mis brazos, sollozando desconsoladamente.
“Nanay… Paulo tiene leucemia en fase terminal.
Los médicos dijeron que solo le quedaban meses de vida.
Apresuramos la boda porque no podía dejarlo.
Quería quedarme… sin importar lo poco que fuera.”
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