Mi hijo adulto falleció en marzo de 2019.
Avanzando rápidamente hasta diciembre, una joven a la que él había asesorado me contactó y me pidió mi dirección.
Pensé que quizá quería enviarme una tarjeta, así que se la di.
Una semana después, me contactó de nuevo y me reveló que tenía algo muy importante que compartir conmigo.
Me dijo que, durante el tiempo que mi hijo la había asesorado, la había inspirado a perseguir sus sueños sin miedo.
Solo con fines ilustrativos.
La joven había estado luchando con la inseguridad y estaba a punto de abandonar sus estudios, pero la amabilidad y la fe de mi hijo en ella le dieron fuerzas.
Entre lágrimas, compartió que acababa de graduarse con las mejores calificaciones de su clase y que la habían aceptado en un prestigioso programa, algo que nunca imaginó posible.
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