
El sonido resonó por todo el centro comercial: agudo, violento, imposible de ignorar.
—¡Michael, para! ¡Está embarazada! —gritó una mujer mientras decenas de compradores, horrorizados, se quedaban paralizados de incredulidad.
En el centro de todo estaba Michael Harris, un poderoso director ejecutivo de cuarenta y tantos años, famoso por su carisma en la sala de juntas y su impecable imagen pública. Pero en ese momento, su máscara cuidadosamente construida se desmoronó. Levantó la mano, y su esposa embarazada, Anna, se tambaleó hacia atrás, agarrándose el vientre hinchado.
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