Un hombre pobre necesita 400.000 pesos para salvar a su padre, así que acepta casarse con una mujer de 70 años. Diez días después, descubre un secreto impactante, pero ya es demasiado tarde…

En una casa de techo de paja a las afueras del pueblo, Ramón, un joven de 27 años, estaba encorvado junto a la cama de hospital de su padre.

Esa tarde, el pequeño pueblo de Batangas se bañaba en un atardecer rojizo.

En una casa de techo de paja a las afueras del pueblo, Ramón, un joven de 27 años, estaba encorvado junto a la cama de hospital de su padre.

El anciano tosía sin parar, jadeando en busca de aire.

El médico de la clínica dijo:

«Si queremos salvarlo, tenemos que operarlo de inmediato. El costo mínimo es de 400.000 pesos».

Ramón quedó atónito.

Hipotecó la única tierra de su familia, buscó ayuda por todas partes, pero nadie le prestaba dinero.

Quienes antes habían ayudado a su padre ahora lo evitaban.

Cuando estaba más triste, su vecino pasó y le dijo en voz baja:

«Hay una anciana muy rica en el pueblo, de setenta años. Su marido y sus hijos han muerto.

Está buscando marido… cásate con ella, no hace falta que vivan juntos.

Si aceptas, te dará 400.000 pesos».

Ramón quedó atónito.

Casarse con una mujer cuarenta años mayor que él parecía una cruel broma del destino.

Pero al ver a su padre postrado en la cama, jadeando, solo pudo decir entre dientes:

«Acepto».

Tres días después, la boda se celebró en secreto.

El novio tenía 27 años, la novia 70.

No hubo música, ni fiesta, solo unos pocos vecinos como testigos.

El padre de Ramón seguía en el hospital.

La mujer era Doña Rosario: cabello plateado con rizos perfectos, elegantemente vestida con un baro’t y un saya.

Aún había una mirada fría y triste en sus ojos nublados.

Le entregó a Ramón una gruesa bolsa de dinero y susurró:

—Salva a tu padre.

Pero recuerda, no me preguntes por qué te elegí.

Ramón hizo una reverencia y simplemente le dio las gracias.

No podía entender por qué alguien como ella lo elegiría a él entre cientos de personas.

La operación fue un éxito.

El padre de Ramón estaba fuera de peligro.

Estaba tan feliz que lloró, pensando que la tragedia había terminado.

Pero diez días después, la señora Rosario lo llamó a su casa en Makati.

La vieja mansión olía a incienso y las paredes estaban cubiertas de fotografías antiguas.

Se sentó junto a la ventana, sosteniendo una fotografía descolorida.

Su voz era ronca: —Ramón, ¿sabes el nombre de tu verdadera madre?

—Sí… murió joven. Se llamaba Luz.

Sonrió débilmente, una sonrisa triste como si acabara de evocar un recuerdo lejano:

 

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