Mark se levantó bruscamente.
«Es mi esposa. Este es mi hogar».
El oficial Turner sostuvo su mirada.
“Y mi función es asegurarme de que nadie aquí se sienta inseguro, ni física ni emocionalmente”.
Mi voz era suave, pero firme.
«Solo quiero que mi hijo nazca en paz. Ya no puedo vivir así».
Mark se burló.
«Si de verdad era tan malo, ¿por qué no te fuiste antes?»
Lo miré con calma.
«Porque tenía miedo. Pero ya no lo tengo».
Tras una breve conversación, el agente Turner explicó que Mark tendría que salir de la casa temporalmente mientras se presentaba un informe formal. No hubo gritos. No hubo caos. Solo un silencio denso e innegable.
Más tarde, el oficial me preguntó en voz baja si tenía un lugar seguro adonde ir. Asentí. Ya había llamado a mi amiga Emily.
Reuní mis documentos personales, algo de ropa y mi historial médico. Al pasar junto a los padres de Mark, evitaron mirarme. La confianza que una vez tuvieron se había esfumado.
Lisa se acercó y susurró: “Has causado muchos problemas”.
Respondí suavemente: “Sólo dije la verdad”.
Salí sin mirar atrás.
En el apartamento de Emily, dormí profundamente por primera vez en meses. Las semanas siguientes fueron difíciles, pero claras. Empecé con los trámites legales, me concentré en mi salud y me preparé para la llegada de mi bebé.
Cuando mi hijo nació sano y tranquilo, supe que había tomado la decisión correcta.