A los 65 años, finalmente se casó con la hija de su viejo amigo, pero en su noche de bodas, cuando ella se quitó suavemente el vestido, la verdad oculta debajo lo dejó conmocionado y cambió sus vidas para siempre.
Pero Richard, el padre de Clara, estaba aterrorizado.
«¡Traes vergüenza a la familia!», tronó, prohibiéndole a su hija volver a ver a Arthur. Cerró las puertas y rompió las cartas. Pero el amor, una vez nacido, no se apaga fácilmente.
Arthur esperó frente a la puerta de Richard, con la esperanza de verlos un instante. Clara, en secreto, deslizaba notas por debajo de los barrotes de hierro; su letra temblorosa pero desafiante decía: «Te esperaré, cueste lo que cueste».
Cuanto más se oponía el mundo a ellos, más fuerte se hacía su devoción. Y así, tras meses de susurros, lágrimas y determinación, Clara desafió la voluntad de su padre. Contra todo pronóstico, consiguieron el derecho a estar juntos.
El día que parecía comenzar
Su boda fue como un sueño. Amigos y vecinos se reunieron, sorprendidos pero profundamente conmovidos por la dulce sonrisa de Arthur y la radiante alegría de Clara. Ella se sentía diez años más joven, como si la vida hubiera renacido. Caminó hacia el altar radiante como la luz del sol que se abre paso entre las nubes.
Los votos se pronunciaron con voces temblorosas, pero con absoluta certeza. Para Arthur, era la prueba de que incluso después de la pérdida y el dolor, el amor puede regresar como un milagro. Para Clara, era la valentía de seguir a su corazón, sin importar los murmullos que los persiguieran.
Cuando la celebración terminó y los invitados se marcharon, Arthur condujo a su novia hasta la puerta de su casa, con el corazón lleno de esperanza. Esa noche estaba destinada a sellar su victoria sobre cada obstáculo que habían enfrentado.
La Noche de la Verdad
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