
El comedor brillaba bajo el cálido resplandor dorado de la lámpara de araña.
Yo, Rachel, estaba de pie junto a la larga mesa con mantel blanco, sonriendo mientras amigos y familiares nos felicitaban. Se suponía que esta noche sería especial: nuestro octavo aniversario de bodas.
Mi esposo, Marcus, era la viva imagen de un hombre amoroso y exitoso: traje azul marino a medida, zapatos lustrados y una sonrisa que iluminaba la sala. Los invitados lo adoraban. Siempre lo habían hecho.
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