Casada durante tres años, cada noche su esposo dormía en el cuarto de su madre… Una noche ella lo siguió y descubrió una verdad impactante

Tres años pasaron así.
Marisol ya no protestaba, pero por dentro se consumía.
Se sentía una extraña en su propio hogar.
A veces doña Teresa dejaba caer comentarios en tono amable pero punzante:

“Un hombre que ama a su madre es una bendición para su esposa.”

Marisol solo sonreía débilmente, sin replicar.
Todos alrededor la felicitaban: “Tu esposo es muy bueno, muy devoto.”
Pero ella sabía que algo no estaba bien.
Tres años, cada noche, con su madre… eso no podía ser normal.

 

Aquella noche, incapaz de dormir,
Marisol vio el reloj marcar las dos de la madrugada.
Diego se movió suavemente, se levantó, y como siempre,
salió del cuarto.
El corazón de ella se agitó.
Esta vez, la curiosidad y el dolor pudieron más que el miedo.

Apagó la luz, abrió la puerta despacio y lo siguió,
pisando con cuidado el suelo del pasillo.
Vio cómo Diego abría la puerta del cuarto de su madre
y la cerraba detrás de sí.

Marisol se acercó, conteniendo la respiración,
y apoyó el oído contra la madera.
Desde dentro, se escuchó la voz cansada de doña Teresa:

—Hijo, tráeme la pomada, por favor… me arde mucho la espalda.

 

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