Casada durante tres años, cada noche su esposo dormía en el cuarto de su madre… Una noche ella lo siguió y descubrió una verdad impactante

La voz de Diego respondió con ternura:
—Sí, mamá, recuéstese un poco, yo se la aplicaré.

Marisol sintió un nudo en la garganta.
Empujó la puerta apenas un poco y miró.
Diego estaba sentado al borde de la cama,
con guantes puestos, aplicando pomada en la espalda de su madre.
La piel de doña Teresa estaba llena de erupciones rojas,
y su expresión mostraba dolor.

Marisol se cubrió la boca para no sollozar.
No lo podía creer.
Durante todo ese tiempo, su suegra había disimulado,
usando siempre ropa de manga larga,
hablando y riendo como si nada le pasara.
Pero por las noches, las heridas le dolían tanto
que no podía dormir sola.
Diego, incapaz de dejarla sufrir,
llevaba tres años cuidándola en silencio.

—Perdón, mamá… por no poder aliviarle el dolor —dijo Diego con voz temblorosa.

—Hijo, ya estás casado. No quiero que tu esposa se sienta mal… —susurró ella.

—Ella lo entenderá. Solo quiero que esté bien.

Afuera, Marisol cayó de rodillas.
Las lágrimas le corrieron por las mejillas sin control.
Tres años pensando mal de su esposo,
tres años de dolor y desconfianza…
y él solo había sido un hijo amoroso.

 

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