Casada por un año, cada noche su marido dormía en el cuarto de su madre. Una noche, ella miró a escondidas… y descubrió una verdad impactante.
Durante tres años de matrimonio, cada noche Nam, su esposo, se escabullía silenciosamente hacia la habitación de su madre. Al principio, Linh pensó que era normal: su esposo solo quería cuidar de su madre, una viuda solitaria desde la muerte temprana de su marido. Pero después de un año, su paciencia empezó a agotarse.
Hasta que una noche lluviosa, impulsada por una extraña corazonada, Linh decidió seguirlo en silencio. Abrió la puerta con cuidado… y se quedó paralizada.
Linh y Nam se habían casado en una suave tarde de primavera, rodeados de alegría familiar. Nam era hijo único, y Linh, una joven amable y hábil en las tareas del hogar, se ganó rápidamente el cariño de su suegra, la señora Thu. Pero apenas un mes después de la boda, Linh notó algo extraño: cada noche, tras charlar un rato o acostarse juntos, Nam decía que no podía dormir y se iba al cuarto de su madre.
Al principio, Linh lo entendía. Su suegra sufría de insomnio crónico desde la muerte de su esposo y solo podía dormir acompañada. Pero lo que Linh no comprendía era por qué su marido no dejaba que ella durmiera con la madre o buscara ayuda médica. ¿Por qué tenía que ser él, un hombre adulto, quien durmiera con ella cada noche?
Pasaron tres meses, luego seis. Linh empezó a sentirse sola dentro de su propio hogar. Intentó hablar con Nam, pero él solo sonreía con calma:
—“Cariño, mamá ha estado sola tantos años… Solo puede dormir tranquila cuando estoy a su lado. Ten paciencia un tiempo, ¿sí?”
¿Un tiempo? Linh se preguntaba cuánto duraría ese “tiempo”, mientras los años pasaban. Ya llevaban tres años casados y aún no tenían hijos. A veces, al despertarse a las dos de la madrugada, escuchaba murmullos detrás de la puerta cerrada del cuarto de su suegra: voces ahogadas, como de alguien intentando contener el llanto.
Un día, al llamar a la puerta por la mañana, notó que estaba cerrada con llave desde dentro. Le pareció raro, pero Nam solo respondió con su sonrisa de siempre:
—“Mamá se asusta con facilidad, cierra la puerta para sentirse más segura.”
La duda crecía en Linh. Hasta aquella noche lluviosa de julio. Nam le dijo su habitual: “Voy un momento con mamá”, y salió. Linh esperó. Después de una hora, se levantó, descalza, y se acercó al cuarto iluminado tenuemente. Su corazón latía con fuerza mientras miraba por la rendija.
Lo que vio la dejó sin aire.
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