Nam no dormía junto a su madre. Estaba sentado a su lado, tomándole la mano, con los ojos rojos. La señora Thu murmuraba frases repetitivas, perdidas en la confusión:
—“¿Por qué me dejas, hijo? Eres igual que tu padre… No te vayas, no me dejes.”
Linh comprendió que estaba ante algo más profundo que cualquier sospecha.
Al día siguiente, con los ojos hinchados de no dormir, Linh le dijo a su marido:
—“Quiero saber la verdad. Anoche lo vi.”
Nam quedó en silencio, luego suspiró y habló con voz temblorosa:
—“Mamá… sufrió un trauma muy grave después de la muerte de papá. Pero él no murió en un accidente, como todos creen. Se suicidó.”
Linh se quedó helada. Nunca nadie en la familia había mencionado eso.
Nam continuó:
—“Papá era director de una gran empresa constructora. Se vio envuelto en un escándalo de corrupción y no soportó la presión. Mamá fue quien lo encontró… Desde entonces, perdió el sentido del tiempo. A veces me confunde con él. Los médicos dijeron que debía tener a alguien cercano a su lado cada noche, alguien que la ayudara a recordar la realidad. Yo soy su único hijo… así que duermo con ella para calmarla.”
Esas palabras rasgaron todas las dudas y el resentimiento acumulado en Linh. Lloró, no por dolor, sino por culpa. Había malinterpretado todo. Su marido no era distante ni frío: era un hijo que revivía su herida cada noche por amor a su madre.
Desde entonces, Linh cambió. Comenzó a pasar las mañanas junto a su suegra, preparándole té de jengibre y hablándole de cosas simples: el mercado, las flores, los niños del vecindario… Todo para traerla de vuelta al presente.
Un día, la señora Thu, en un raro momento de lucidez, le tomó la mano y dijo:
—“¿Eres la esposa de Nam?”
Linh asintió.
—“Perdóname, hija… He hecho sufrir a ustedes.”
Linh rompió en llanto. Por primera vez, sintió una verdadera conexión con su suegra.
Esa noche, fue Linh quien pidió dormir junto a la señora Thu. Cuando la mujer despertó sobresaltada a las dos de la mañana, Linh la abrazó y susurró:
—“Soy yo, mamá. Linh, tu nuera. No estás sola. Nadie te dejará.”
La anciana tembló… y poco a poco se calmó.
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