Cuando encontré 30 extrañas marcas rojas en la espalda de mi esposo, lo llevé a urgencias, pero lo que dijo el médico después hizo que mi corazón se detuviera.

“¡David, despierta!”, grité, sacudiéndolo. “¡Tenemos que ir al hospital ahora mismo!”.

Se rió entre dientes, somnoliento. “Tranquila, cariño, solo es un sarpullido”.

Pero no podía calmarme. “No”, dije, temblando. “Esto no es normal. Por favor, vámonos.”

 

 

El pánico en el hospital
Fuimos directos al Hospital General de Memphis. El médico examinó la espalda de David y su expresión tranquila cambió al instante.

Pálido, gritó a la enfermera: “¡Llamen al 911, ahora!”.

Se me encogió el estómago. ¿Llamar a la policía? ¿Por un sarpullido?

“¿Qué pasa?”, pregunté con la voz temblorosa. “¿Qué le pasa?”.

 

 

El médico no respondió. En cuestión de segundos, entraron dos enfermeras más. Cubrieron la espalda de David con sábanas esterilizadas y empezaron a hacerle preguntas:

“¿Ha estado su esposo expuesto a algún producto químico recientemente?”.

“¿A qué se dedica?”.

“¿Alguien más en su familia ha tenido estos síntomas?”.

Tartamudeé: “Trabaja en la construcción. Ha estado en una nueva obra estos últimos meses. Ha estado cansado, pero pensamos que era solo por exceso de trabajo”.

 

 

 

 

Cuando llegó la policía
Quince minutos después, dos policías entraron en la habitación. Todo quedó en silencio, salvo el suave pitido de los monitores.

¿Por qué estaba la policía allí?

Después de lo que pareció una eternidad, el médico regresó. Su tono era tranquilo pero serio.

“Señora Miller”, dijo con suavidad, “no se asuste. Su esposo no tiene una infección. Estas marcas no fueron naturales. Alguien se lo hizo”.

Lo miré fijamente, sin palabras. “¿Alguien… le hizo esto?”

Asintió. “Creemos que estuvo expuesto a un irritante químico, algo que se aplicó directamente sobre la piel. Le causó una reacción retardada. Lo trajeron justo a tiempo”.

Se me llenaron los ojos de lágrimas. “¿Pero quién le haría daño? ¿Y por qué?”

La amenaza oculta
Los agentes empezaron a preguntarle sobre el trabajo de David: sus compañeros, su horario, cualquiera que pudiera haber tenido acceso a su ropa o a su taquilla.

 

 

Fue entonces cuando recordé algo: últimamente, David había estado llegando a casa más tarde de lo habitual. Dijo que se quedaba para “limpiar el lugar”. Una noche, noté un fuerte olor a químico en su ropa, pero se rió.

Cuando lo mencioné, uno de los oficiales intercambió una mirada seria con el médico.

 

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