Tras dejar a su anciano padre solo en el campo durante tres años, los tres hijos se fueron a la ciudad a abrir negocios y nunca regresaron. Solo cuando supieron que las tierras de su pueblo recibirían miles de millones de dólares en compensación, se apresuraron a regresar… pero justo a la entrada del pueblo, el jefe les dio una noticia que los dejó atónitos…
Don Mateo, un viudo de 75 años, vivía completamente solo en su pequeña casa heredada en la tranquila zona rural de Chiapas desde la muerte de su esposa.
Tenía tres hijos: Javier, Andrés y Luis, todos casados y establecidos con sus familias en la Ciudad de México.
Al principio, todavía los visitaban de vez en cuando o les enviaban regalos para el Día de los Muertos. Pero con el tiempo, incluso esos pequeños gestos cesaron.
Durante tres largos años, ninguno de ellos regresó a casa, ni una sola vez.
Don Mateo pasaba sus días cuidando un pequeño huerto, alimentando a sus gallinas y caminando penosamente por el patio con la espalda encorvada y las rodillas débiles.
Una vez, se cayó a la entrada de su casa y tuvo que arrastrarse hasta el camino del pueblo para buscar ayuda.
Hasta que un día, la noticia corrió por todo el pueblo: el gobierno estaba adquiriendo terrenos para un gran proyecto urbanístico y ofrecía una compensación de hasta 5 millones de pesos por metro cuadrado.
En cuanto sus hijos se enteraron, regresaron en sus camionetas, con sus esposas e hijos, cargando maletas y hablando animadamente de trámites y avalúos.
Pero al bajar de sus vehículos a la entrada del pueblo de San Miguel de la Sierra, antes siquiera de saludar a su padre, se encontraron con Don Ramiro, el jefe del pueblo.
Su rostro estaba serio, y sus palabras aún más frías:
“Llegaste demasiado tarde”. Hace dos semanas, Don Mateo donó todas sus tierras a un niño huérfano del pueblo llamado Emilio. Y antes de firmar los documentos, dejó muy claro su razonamiento:
“Soy viejo y vivo solo. Ni siquiera sé dónde están mis tres hijos ahora. Pero este chico… me trae comida todos los días, limpia mi casa, me da masajes en la espalda y me compra las medicinas. Si alguien me cuida, es a él. Le dejaré lo que tenga que hacer.”
Los tres hermanos se quedaron paralizados. Inmóviles, intercambiaron miradas de asombro y vergüenza.
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